Mostrando entradas con la etiqueta cuentitos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta cuentitos. Mostrar todas las entradas

El escritor fugaz

Eligió vivir en lo más alto del edificio. Según sus propias palabras "quería vivir cerca del cielo, lo justo para verlo de cerca, contemplarlo, pero no tocarlo, pues entonces entendería lo etéreo del mismo y me frustaría al darme cuenta de la irrealidad de lo real". Le gustaba bordar el espacio entre su oyente y él mismo con palabrería edulcorada. No era tanto por mostrarse inteligente, sino más bien para lanzar un anzuelo al pobre pez que pasase por delante. De hecho, eligió vivir en lo más alto del edificio...porque entraba más luz. Y esto fue así, porque en realidad no vivía en los 90 metros cuadrados del inmueble, sino más bien lo hacía en los 10 metros cuadrados de la habitación que comenzó a usar como despacho.

No le daba miedo escribir, lo hacía sin pensar, sin estructurar, sin pararse a construir fuertes personajes. Le daba miedo la reacción de la gente que acabaría leyéndolo. Se dejaba llevar por la electrificante reacción del tecleado en su portátil. Por supuesto, anotaba en su libretita toda idea que brotase espontánea en momentos un tanto inoportunos, pero era el instante de ir viendo aparecer las letras en la pantalla lo que le regalaba ese sabor amargo y adictivo a la vez. Las palabras se abrazaban unas a otras y bailan un portentoso tango a lo largo de la frase...a veces se quedaban ahí, a veces teatralizaban una gran obra. Se servía de los detalles, sin caer en la pesadez, para hacer sentir cómodo al lector, ávido de nuevas historias, deseoso de devorar impúdicamente otra página. Ese era su deseo, pero ya no sabía cómo hacerlo...y dudaba. Dudaba de sí mismo, de lo que tenía alrededor, de su obra y de todo lo que estuviese ante su mirada. Y la duda, la desconfianza en uno mismo, socaba más hondamente que la lluvia con el paso del tiempo. Si antes había hecho el amor con miles de lectores sin que siquiera pudiera tocarlos, ahora se encerraba en su soledad, en lo bochornoso de una masturbación literaria. Sólo escribía para él, con el único fin de borrarlo después. ¿Cómo era posible que todo eso le hubiese pasado a él? Creador de historias convertido en prisionero de verdades...

Pau, Costan y Carla

Pau es el mejor amigo de Costan. Deshilan las horas de la tarde vagabundeando por las calles o bien jugando sus "pachangas". Esto último es lo que con más frecuencia hacen. Los estudios no les toman tiempo, en parte porque "no quieren", en parte porque "no es para tanto". Así que echar unas canastas se ha ido transformando de una afición a una oblicación. Por supuesto, una obligación que nada tiene que ver con la de los adultos,...al menos los adultos más adultos que ellos. Las partidas no son eternas, ni mucho menos, de hecho, llegan a ser agotadoras, como para que durasen más de hora y media. El frenesí adolescente les hace luchar cada pelota como si de la última jugada crucial de un partido importante se tratase. La diferencia es que aquí ni siquiera tienen espectadores, salvando los cuatro mirlos que se ven a lo lejos. Sólo son ellos dos y la canasta, y, por supuesto, la pelota. Costan vive cerca de donde juegan. La primavera empieza a golpear con un sol fuerte y esta vez no se han traído la botella de agua. Suben a casa de Costan para saciar la sed. Éste vive con su madre y su hermana en un piso alquilado de renta baja. Pau siempre se tensa cuando ve a la hermana. Es algo mayor, eso le impone, aunque intuye que le impone más otros aspectos de la hermana. Según van subiendo las escaleras y pavoneándose sobre las últimas jugadas, Pau tiene su atención dividida entre la conversación con Costan y el deseo de ver a Carla, la hermana. Constan abre la puerta con un "Buenas" bien alto. "Pasa", le dice a Pau y juntos se adentran por el estrecho pasillo hasta la iluminada cocina, que queda enfocada por los rayos del atardecer. Costan llena dos vasos con agua. Al ir a cerrar, Carla hace su acto de presencia. "No la cierres, yo también quiero. Hola Pau, ¿qué tal?". "Bien, aquí..., ¿y tú?". Ella le habla, le cuenta cómo estaba reorganizando el cuarto, lo asfixiada que va ya,...él la escucha sí, pero su cuerpo reacciona a otros estímulos. Está tenso, lo nota...o nervioso, no sabe. Intenta no mirar lo que lleva puesto...aunque en realidad le gustaría saber cómo es sin llevar lo puesto. Los tres, como una orquesta bien preparada, levantan al unísono sus respectivos vasos. Los hermanos pierden la mirada en un punto infinito, pero Pau la centra en ella. Mientras bebe, ve caer el mechón de su pelo. Ve posar los rosados labios sobre el cristal del vaso. Ve correr el agua hacia su boca. Desliza su mirada hasta su cuello, por cuyo interior debe estar pasando el agua. Ve una piel sudada, pero fina y limpia. Su pecho sube al mismo ritmo que va saciando su sed. Esa piel le turba, le angustia, le hace falta. Le gustaría gritarle "¿No te das cuenta que nadie puede amarte como lo hago yo?, ¿que nadie te desea y te necesita como te deseo y te necesito yo? Yo estaría contigo para siempre si me regalases tus sonrisas"...pero sólo traga. Se percata, que ha bebido más lento, que Carla y Costan justo terminan y él va por poco más de la mitad. Deja de mirarla. "Ahhhh, ¡qué rica sabe el agua cuando tienes sed!, ¿verdad, chicos? Bueno os dejo que tengo que seguir". Y se va. Y ahora Pau se fija en su ropa con más detalle, en su top blanco y en sus pantalones cortos rosas...cortos, qué cortos...qué piernas más largas...qué cuerpo tan lindo" ¡Tío, joder, córtate un poco, deja de mirarle el culo, que es mi hermana!",le despierta Costan.

Peter Pan 4ever

Dos días para el festival Contempopránea...¡qué bien!...No soy realmente popero, pero ver a Vetusta Morla otra vez, Russian Red, Cat People, We Are Standard, Lori Meyers, Cooper, Ellos,...no está mal!, aunque el tiempo arrecie con una insolación casi asegurada.
En estos días me ha parecido ver esa crisis veraniega de bloggers, se ha actualiza menos. Es lo que tienen las vacaciones (para quien las disfrute) supongo. Por lo que parece también me ha afectado a mí...
Me ha dado la impresión, cuando he vuelto, que la gente se hace mayor...Por supuestísimo, yo no...¡seré el eterno niño!, ¡bienvenido al complejo Peter Pan! Es una nueva filosofía que quiero autoimplatarme, me he autosindicalizado y he decidido mis propias normas...La primera de ellas es que eso de llevar un traje verde ajustado tipo duende de feria con una pluma en el gorrito, no es enteramente obligatorio, los miembros del sindicato "Peter Pan 4ever" podrán llevar el disfraz que más le guste. El sindicato estima que tener complejo Peter Pan no conlleva ser necesariamente irresponsable, pero sí ajustar la responsabilidad en el momento apropiado. Hay que llevar como estandarte principal "Yo siempre seré un niño, siempre reiré como tal, descubriré todas las cosas por primera vez, siempre,... y Hacienda no será más que el profe malo". Las golosinas no tienen por qué ser dulces de origen dudoso. Se podrá considerar golosina o chuchería (algún día explicaré de dónde viene esta palabra y qué significa...) todo aquello que provoque una entera satisfacción con el sólo hecho de degustarlo, más aún si es de precio equiparable. Jugar se convierte en la acción principal, incluso en el trabajo debemos estar jugando, con responsabilidad, pero sin dejar de divertirnos por hacer lo que hacemos, fingir papeles; jugar a los médicos será incluso norma de obligado cumplimiento entre las claúsulas que imprime el sindicato. Si algo caracteriza al niño pequeño es su enorme empatía no muy bien definida, aquí mejoraremos esto. Hay que ser Empático con mayúscula, sin dejar de quererme nunca, y siendo capaz de sentir lo que otros sienten. No necesitaré un castillo de verdad, bastará con cuatro cartones, para saber que soy el rey del mundo mundial. Por último, en esta aclarición introductoria al sindicato "Peter Pan 4ever", recordar que hay que cantar sí o sí, la letra no es realmente importante, sólo la melodía alegre lo es; así como los "la la la" los "wachupichu" y otras onomatopeyas que completen nuestra falta de formación en idiomas.

Dicho esto, invito a todo aquel peterpaner@ que se quiera unir a mi causa, si además quieren hacer una colaboración económica para tal fin, ya nos pondremos en contacto y acordaremos lo antes posible el ingreso, ¡puesto que me gustaría hacer castillos de arena en la playa!

Brújula con imán. Capítulo 1

Está claro: tengo que perderme para encontrarme. Alguna especie de retiro, alejarme de todo cuanto me define para poder escribir de nuevo las páginas de una autobiografía enrarecida. No digo que no me guste la vida que tengo, es más bien una cuestión de "aligerar el peso". Estableciendo un símil, que no sé si alguien llegará a comprender, es como si no tuviese ni un duro, pero aún así recorro todas las tiendas de ropa. Ojeo, me pruebo cosas, reviso, me miro al espejo...pero no compro nada. Tengo que hacerme de dinero. Tampoco para comprar mucho, sólo algún pantalón que voy necesitando ya...a ver...creo que me estoy liando en mi propio ejemplo. Lo que quiero decir es que navegar en un mar de dudas es complicado, todo el mundo sabe eso, pero cuando además las dudas ni siquiera son reales, la cuestión se complica...¿Veis como tengo que hacer una limpieza? Está todo tan emborronado que es imposible ver la figura correctamente. La figura...me gusta la palabra: fi-gu-ra. Éste es el término que da sentido y que complica aún más mi vida. Las figuras en sí...mi vida sería mucho más sencilla sin ellas. Imaginaos aquella cosa por la que suspiraís. Imaginaos ahora que esta cosa que tanto adorais pasa continuamente por delante de vuestras narices sin que podais si quiera acercaros. Vivo entre las figuras...y me atormentan. Una vez, alguien me dijo que lo que yo vivía era pasión por las figuras. La pasión puede ser el arma más fuerte, pero además algo traumático...escapa a la razón, se guía de un impulso incontrolado, y escapa de tu ser como lo hace la lava en un volcán. Los volcanes maravillan, pero asustan y son destructivos...¡y yo amo a las figuras femeninas!.

Hijo de la Luna

De su cuerpo surgió la semilla de una nueva vida.

"Ahora yo te cuidaré, para siempre. Serás mi protegido y te daré amor para que sepas amar, y te hablaré para que sepas escuchar, y te dejaré hablar para que muestres tu opinión, reiremos cuando te caigas para que no sufras cuando te hagas daño, y sobre todo, te soltaré para que vueles"

Tanto había esperado ser madre, tanto soñado con sostener a su hijo...sus brazos cunean el amor que profesa, y todo es blanco a su alrededor.

"Nadie te amará más que yo, nadie nadie nadie. Eres mi Sol, la única razón de ser, sin ti, nada tiene sentido"

Tanto era así, que su mente le jugó una mala pasada. Quizás fuera esa incomprensible fuerza que nos empuja a autosalvarnos o simplemente una rama más de la locura, la explicación del por qué carece de importancia. La enfermera posa su mano cálida sobre el hombro de Caty.

"Vamos Caty, es hora de tomarte tu medicación" "Sí, sí...la medicación, pero tengo que darle la leche a mi niño" "Claro, Caty, pero antes, tómatelas, ¿vale?, ¿me harías ese favor?"

La enorme sonrisa que desprendía la enfermera no hacía más que aumentar ese halo blancuzco que circundaba el ambiente. Caty se tomó las pastillas. Quedó dormida y fue entonces cuando el mundo que alguien llamó una vez de los locos volvió a existir. Su mente jugaba entre los laberintos recónditos, haciendo que la pérdida de su recién nacido quedase en una sala olvidada. ¿Quién sabe si ésta es la mejor manera de sobrevivir cuando te quitaron algo más que la vida?

El libro

Lee el libro que ella le regaló. Hasta esta semana había estado guardado, avergonzado de sí mismo, en el fondo del fondo de un cajón desterrado. Tenía miedo de abrirlo. El hecho de que los recuerdos escapasen en fieras volteretas, como lo hicieron todos los males de la caja de Pandora, al abrir la tapa del mismo le producía tal pavor que no pudo más que dejarlo en el olvido. Pero se hizo fuerte...el tiempo pasó. Le dio una oportunidad, no por abrir viejas heridas ni otorgar el beneficio de la duda. Fue algo mucho más práctico. No tenía el tiempo para acercarse a la biblioteca (o las ganas), ni el dinero para comprarse uno nuevo. En su camino al trabajo necesitaba distraerse con una productiva afición a la lectura. Recordó el único libro de su casa no leido, y lo guardó en su mochila para el día siguiente.
El primer momento, sentado en el vagón, fue mucho más que intenso. Eran el libro y él, los dos solos en implacable lucha. Lo abrió, y comenzó a leer...había dejado durante mucho tiempo ese libro oculto y resultó ser el más fascinante de todos los libros leidos. Dejarlo al llegar a su parada fue como tener que devolver un caramelo cuando eres un niño. A la vuelta del trabajo, no pensaba en llegar a casa, sólo en seguir leyendo. Y fue curiosa la transformación. Antes leía para suavizar el viaje, ahora viajaba para poder leer. Se montaba en O'Donnelly de ahí hacia ninguna parada, sólo dar vueltas bajo los suelos de una capital ajena al descubrimiento más feliz de un hombre: un hermoso y generoso caramelo hecho de papel y tinta.

Viento (frio) polar


Me subo el cuello de la chaqueta. El frio se mete malicioso, jugando con mi sensinilidad, por un hueco que suplica refugio. ¿POr qué no hago caso a la información del tiempo? Lo dijeron claro, "...podría bajar considerablemente la temperatura gracias a un frente frio que se acerca desde el norte de Europa...". No tengo remedio, siempre ignoro toda información que resulta de interés. Quizás sólo me preocupo de las cosas tontas, de lo que no me aporta nada...miro con recelo todo aquello que mueve masas, incluso lo que resulta de mayor atractivo general. ¿Es por eso que estoy aquí? ¿Es por eso que todo se acabó?...me aferro a mi propio cuerpo, evito que quede cualquier parte a merced del viento frio. He apagado el cigarro sólo porque no puedo cubrirme el costado con la mano con la que lo sostenía. Este en la acera de enfrente, mirándote a través del cristal. Si paso frio es porque quiero. Autoinflingirme dolor, de todo tipo, parece ser mi hobby personal. Sentir mi nariz helada y la humedad calada en los huesos me alivia de lo que mis ojos fijan con su mirada. Sonríes mientras te tomas el café. Eres feliz. Quizás ni me recuerdas. Me gusta hacerme daño. El frio es mi terapia. El gélido cuchillo de aire me apuñala una y otra vez...hasta que ya no siento más...¿qué habrá hoy en la tele? Con suerte, de camino a casa, me resbalo por la acción antiadherente del pavimento mojado, me caigo, me rompo el brazo y así no tendré que pensar en nada más que el dolor de un hueso que se clava.

Moscas

Despierta, pero no estaba dormido. Ha pasado más de un minuto. Ahora comienza a percatarse de lo que sus ojos están contemplando. Sus manos están teñidas de rojo...al igual que su cara...su camiseta...los pantalones...el suelo...la pared...la mesita de noche...el cuerpo que yace sobre la alfombra...la alfombra...
Sigue de rodillas con las palmas hacia arriba, confuso...implorando. Tembloroso, comienza por fin a reaccionar. Se dirige al cuerpo. "Que no sea ella", piensa. Contempla...El pelo de su cabeza está tan empapado que no podría decir si es rubia o morena, pero sí que puede asegurar que es largo y fino. La lógica no tiene sentido en un mundo loco; y a pesar de ser su habitación, se resiste a creer que es ella. Gatea y palpa a la persona...la voltea con suavidad. Es ella. Apoya el pesado cuerpo sobre sus piernas y unas manos ensangrentadas apartan el pelo que cubre su rostro. Con cada pasada, un fino rastro, camino carmesí que rasga la, paradógicamente, limpia frente. Hay moscas en la habitación. Las asusta con las manos, llorando, quebrado por el dolor. No dejará que sea presa de esos bichos. Pero las moscas siguen ahí, no es fácil hacerles cambiar de opinión ante tan suculento plato. Él sigue mirando los ojos inertes. Suena un coche de policía y una ambulancia en la calle. No los oye. Ni siquiera se da cuenta cuando entran horrorizados en la sanguinolenta habitación...
Él ha hecho mucho esfuerzo...pero las moscas siguen ahí.

Paradógicamente bueno (Capítulo 3)

La gente se quedaba mirándolo como si de una especie de cámara oculta se tratase. El viejo iba totalmente escarranchado, dando la impresión de no haber podido controlar los esfínteres y llevar una enorme plasta recolgando en los calzones de hacía 30 años. El brazo no podía estar más recto. Y de esta guisa se presentó en la comisaría. Muy diligente se dispuso a comentar que dicha mochila la había "encontrado" en la estación y que ahora, como buen ciudadano, dejaba la responsabilidad a las autoridades para que ellos hiciesen lo que estuviese en sus manos. La agente, con el terso bien recto sin mostrar ni la más mínima empatía por el acto bondadoso del señor, abrió de golpe la mochila negra para ver qué había en su interior. Plam! un enorme golpetazo de terror instantáneo sacudió al pobre anciano, que quedó paralizado, blanco, sin poder articular palabra...allí no pasó nada, seguía vivo (eso parecía), ninguna explosión, nada de sangre, nada de restos calcinados...su miedo fue convirtiéndose en curiosidad (esa que llevo a hacerse con el preciado tesoro que ahora había entregado) a medida que veía cómo las órbitas oculares de la señorita policía se iban haciendo má grandes. "¡Virgen Santísima!" El viejo no podía más y se avalanzó contra el mostrador, se precipitó a ver el maldito contenido...Jo-der...."¡¿pero cuánta pasta hay aquí?!"....la cara del señor fue realmente anecdótica, una medio sonrisa patética con sudor frío. "De verdad, señor, es el gesto más humilde que nadie ha hecho desde que llevo aquí, enhorabuena" "Sí,.......bueno, je......es que........no era mio (snif snif) y.....supongo, sí, supongo que era.....mejor........entregaaarlo (snif snif)".

El anciano salió de casa, como todas las mañanas, se dirigió a la estación. En la entrada cogió el periódico gratuito, lo extendió ante su cara mientras iba pesadamente caminando. "Entrega en comisaría 500.000 euros que se había encontrado", rezaba uno de los titulares. Se sentó en el banco. La gente pasaba sin notar la presencia del menudo cuerpo del anciano. Suspiró, dejó el periódico doblado a su lado y se puso a ver la vida pasar.

Paradógicamente bueno (Capítulo 2)

El viejo ahora miraba con los ojos desencajados el tesoro robado. Toda la energía que había precedido en el acto semidelictivo se había convertido de repente en puro pavor. Empezó a sudar y ya no sabía qué hacer con ella. Se armó de valor y decidió, no sin mucho cuidado, volver a sostenerla, para comprobar el peso de la misma. Este acto tampoco le resolvió nada, porque ,la verdad, no sabía cuánto pesaba una bomba. A pesar de todo, pudo comprobar que era un peso considerable...antes no se había dado cuenta del mismo, sólo pensaba en llegar cuanto antes a su guarida. Volvió a dejarla encima de la mesa, con tal mesura que parecía que nunca llegarían a coincidir la superficie algo rasposa de la mochila con la lisa del mandil. Finalmente posó el objeto y se echó las manos a la cabeza. Después las manos bajaron a las caderas, y la mirada seguía siendo desencajada. "¿Y ahora qué hago?", masculló tembloroso en voz alta. Parece ilógico que cuando somos jóvenes y nos queda todo por vivir tengamos tan poco respeto a la vida y nos volvamos tan temerarios, mientras que conforme avanzamos en la edad y ya nos queda poco por esprimir de esta vida, tengamos tanto miedo a todo y vayamos con tantísimo cuidado para que no nos pase nada. Por supuesto tiene su motivo, en cualquier caso no nos compete estudiar aquí el tema, sobre todo teniendo en cuenta que el viejo sigue deshidratándose en sudor. Haciendo honor a la edad correspondiente, le pudo el respeto a la vida, por no decir "le pudo el miedo a morir". La prudencia hizo su aparición estelar. Se sintió confortable al haber encontrado una solución a tan peliguada situación. "Es mejor no arriesgarse y llevarlo directamente a la policía", sentenció reafirmándose con un movimiento cervical que denotaba un sí repetitivo. Lo realmente correcto, en cualquier caso, hubiese sido llamar a la policía para que ésta se personase...si es que realmente la mochila albergaba una bomba...Agarró la mochila por el asa, con el brazo extendido, alejándolo lo más posible de su cuerpo (¿de verdad pensaba que la distancia de su brazo era suficiente para librarle de la posible explosión?). Abrio la puerta y con una postura caricaturesca se dirigió a la comisaría más cercana.

Paradógicamente bueno (Capítulo 1)

Hacía más de media hora que la mochila de color negro yacía sobre el suelo junto a la pared. La estación estaba desierta. El viejo la miraba pensativo durante un instante en su soledad y rápidamente revisaba el resto de la estación por si se percataba de alguien más en ella, por si alguien más le estaba mirando o era el propietario de la mochila. Tras repetir la acción unas seis veces, soltó el diario gratuito que había recogido nada más entrar y decidió hacerse de dicha mochila. Con cada paso tembloroso de unas piernas ya débiles desde hacía años, sentía cómo una emoción le embargaba. Todos los días, desde la muerte de la que fue su pareja, pero nunca su amante, iba a la estación. Dejaba que el tiempo le fuese arrebatando segundos de su vida, mientras contemplaba al resto del mundo a toda velocidad. Nadie se daba cuenta de su presencia, a nadie le importaba, no era nada para nadie ya...Un paso más, una energía vivaz le comía por dentro. ¿Qué sería lo que escondía esta mochila?¿Qué secretos guardaba? Estaba eufórico por la idea de descubrir algo nuevo, esa incertidumbre voyeur por observar lo de otros. Apresó el objeto codiciado, se lo clavó directamente bajo el brazo, y salía caminando a tal velocidad que parecía imposible que se tratasen de las mismas piernas de justo unas horas antes. Llegó, lógicamente, más rápido que nunca a su humilde piso. Era un pequeño estudio en una primera planta que podía permitirse pagar gracias a las ayudas del Estado y una pequeña suma de dinero herededa de su familia. Casi ni pudo abrir la puerta por el temblor continuo de una mano que de por sí ya temblaba, sin necesidad de ningun estado alterado. Cerró con ímpetu la puerta y se dirigió sin vacilar hacia el salón donde abriría, cual cerdo en canal, al guardián del secreto. Dejó la mochila sobre la destartalada mesa, que llevaba uno de esos mandiles de plástico y con un colorido apagado por el paso del tiempo. Cuando parecía decidido a abrirlo, algo fue directamente a su sensación del miedo...¿y si la mochila se trataba de algo más siniestro?¿Y si resultaba ser una de esas bombas que ponían los terroristas? Él era viejo y le quedaban no muchos más años, sobre todo si seguía con la vida monótona e insípida que llevaba, aún así no quería abandonar la vida de forma tan brusca...y llegó la compañera duda...y no sabía qué hacer.

Parábola del burro

Kharim no podía creer que la prematura muerte de su padre, el rey Duhalim, le convertiría a él, jefe de Estado con tan sólo 15 años. Idolatraba a su padre. Fue un gran líder, llevó a su pueblo a alcanzar cotas de bienestar impensables para la época, donde la igualdad, empezando por ellos mismos, era una máxima. Fatima, la madre de Kharim, no podía asumir ni el cargo de reina y el de regente, puesto que se hayaba postrada en cama en la fase terminal de una extraña enfermedad. El joven príncipe, e inmediato rey, debía aprehender cómo dirigir una nación sin haber tenido tiempo si quiera de asimilar el fallecimiento de su padre. Cuando le dieron la fatídica noticia, junto con el programa al cual debería llegar lo suficientemente preparado, Kharim explotó de pavor y no pudo más que salir corriendo, gritando a corazón abierto su incapacidad para ser rey. Llorando en los Jardines Reales fue donde Foued, su gran consejero y amigo, lo encontró.

- Sólo soy un niño príncipe, Foued, no puedo llegar a ser el rey que fue mi padre - le confesó Kharim entre sollozos.

- ¿Sabe, majestad, cómo consigue el hombre que el burro suba la montaña?...la bestia, por sí misma, sólo ve la montaña y se niega a poder alcanzar dicha altitud, ¡porque no es capaz! Es por eso que siempre lleva las anteojeras, así sólo mira al suelo y consigue, paso a paso, alcanzar la cima más alta que se le presente - le respondió Foued.