Intimidad

Una habitación de un hotel cualquiera, 34 €. El cuarto de baño está semi-iluminado por una luz bailarina que imprime en las paredes el movimiento de pequeñas velas. Habita un sosiego acompañado por leves sonidos de las microolas que generan dos cuerpos desnudos en la bañera, uno frente al otro. Ambos, sin nada que les cubra física o emocionalmente, se hablan y se acarician con la misma suavidad.

- Sé que algún día me serás infiel, lo sé. Cuando eso ocurra, conocerás a otras mujeres y sin lugar a duda me amarás más que nunca. Tú cambiarás, las piernas donde duermas serán distintas, pero tu corazón siempre me pertenecerá.

- ¿Tengo que engañarte para amarte?

- Tienes que hacerlo para saber cuánto me amas.

- ¿Eso me convierte en una especie de Ulises como en "Son de mar"?

- Tal vez

- Yo creo que te equivocas. Sé que otras mujeres pueden ser maravillosas, pero sólo tú eres quien eres. Sólo tú podrás hacerme sufrir de verdad o llorar de alegría. No necesito dormir abrazado a piernas extrañas para saber eso.

- Puede, pero algún día te lo cuestionarás y entonces yo sabré que me amas con todo tu corazón. Porque no quiero sólo un trocito de él, lo quiero todo entero.

- Dale a más agua caliente y bésame...

Y esa noche, dos almas que nunca llegarían a comprenderse, pero que nunca dejarían de amarse, hicieron el amor como sólo ellos dos sabían.

Paradógicamente bueno (Capítulo 3)

La gente se quedaba mirándolo como si de una especie de cámara oculta se tratase. El viejo iba totalmente escarranchado, dando la impresión de no haber podido controlar los esfínteres y llevar una enorme plasta recolgando en los calzones de hacía 30 años. El brazo no podía estar más recto. Y de esta guisa se presentó en la comisaría. Muy diligente se dispuso a comentar que dicha mochila la había "encontrado" en la estación y que ahora, como buen ciudadano, dejaba la responsabilidad a las autoridades para que ellos hiciesen lo que estuviese en sus manos. La agente, con el terso bien recto sin mostrar ni la más mínima empatía por el acto bondadoso del señor, abrió de golpe la mochila negra para ver qué había en su interior. Plam! un enorme golpetazo de terror instantáneo sacudió al pobre anciano, que quedó paralizado, blanco, sin poder articular palabra...allí no pasó nada, seguía vivo (eso parecía), ninguna explosión, nada de sangre, nada de restos calcinados...su miedo fue convirtiéndose en curiosidad (esa que llevo a hacerse con el preciado tesoro que ahora había entregado) a medida que veía cómo las órbitas oculares de la señorita policía se iban haciendo má grandes. "¡Virgen Santísima!" El viejo no podía más y se avalanzó contra el mostrador, se precipitó a ver el maldito contenido...Jo-der...."¡¿pero cuánta pasta hay aquí?!"....la cara del señor fue realmente anecdótica, una medio sonrisa patética con sudor frío. "De verdad, señor, es el gesto más humilde que nadie ha hecho desde que llevo aquí, enhorabuena" "Sí,.......bueno, je......es que........no era mio (snif snif) y.....supongo, sí, supongo que era.....mejor........entregaaarlo (snif snif)".

El anciano salió de casa, como todas las mañanas, se dirigió a la estación. En la entrada cogió el periódico gratuito, lo extendió ante su cara mientras iba pesadamente caminando. "Entrega en comisaría 500.000 euros que se había encontrado", rezaba uno de los titulares. Se sentó en el banco. La gente pasaba sin notar la presencia del menudo cuerpo del anciano. Suspiró, dejó el periódico doblado a su lado y se puso a ver la vida pasar.

Paradógicamente bueno (Capítulo 2)

El viejo ahora miraba con los ojos desencajados el tesoro robado. Toda la energía que había precedido en el acto semidelictivo se había convertido de repente en puro pavor. Empezó a sudar y ya no sabía qué hacer con ella. Se armó de valor y decidió, no sin mucho cuidado, volver a sostenerla, para comprobar el peso de la misma. Este acto tampoco le resolvió nada, porque ,la verdad, no sabía cuánto pesaba una bomba. A pesar de todo, pudo comprobar que era un peso considerable...antes no se había dado cuenta del mismo, sólo pensaba en llegar cuanto antes a su guarida. Volvió a dejarla encima de la mesa, con tal mesura que parecía que nunca llegarían a coincidir la superficie algo rasposa de la mochila con la lisa del mandil. Finalmente posó el objeto y se echó las manos a la cabeza. Después las manos bajaron a las caderas, y la mirada seguía siendo desencajada. "¿Y ahora qué hago?", masculló tembloroso en voz alta. Parece ilógico que cuando somos jóvenes y nos queda todo por vivir tengamos tan poco respeto a la vida y nos volvamos tan temerarios, mientras que conforme avanzamos en la edad y ya nos queda poco por esprimir de esta vida, tengamos tanto miedo a todo y vayamos con tantísimo cuidado para que no nos pase nada. Por supuesto tiene su motivo, en cualquier caso no nos compete estudiar aquí el tema, sobre todo teniendo en cuenta que el viejo sigue deshidratándose en sudor. Haciendo honor a la edad correspondiente, le pudo el respeto a la vida, por no decir "le pudo el miedo a morir". La prudencia hizo su aparición estelar. Se sintió confortable al haber encontrado una solución a tan peliguada situación. "Es mejor no arriesgarse y llevarlo directamente a la policía", sentenció reafirmándose con un movimiento cervical que denotaba un sí repetitivo. Lo realmente correcto, en cualquier caso, hubiese sido llamar a la policía para que ésta se personase...si es que realmente la mochila albergaba una bomba...Agarró la mochila por el asa, con el brazo extendido, alejándolo lo más posible de su cuerpo (¿de verdad pensaba que la distancia de su brazo era suficiente para librarle de la posible explosión?). Abrio la puerta y con una postura caricaturesca se dirigió a la comisaría más cercana.

Paradógicamente bueno (Capítulo 1)

Hacía más de media hora que la mochila de color negro yacía sobre el suelo junto a la pared. La estación estaba desierta. El viejo la miraba pensativo durante un instante en su soledad y rápidamente revisaba el resto de la estación por si se percataba de alguien más en ella, por si alguien más le estaba mirando o era el propietario de la mochila. Tras repetir la acción unas seis veces, soltó el diario gratuito que había recogido nada más entrar y decidió hacerse de dicha mochila. Con cada paso tembloroso de unas piernas ya débiles desde hacía años, sentía cómo una emoción le embargaba. Todos los días, desde la muerte de la que fue su pareja, pero nunca su amante, iba a la estación. Dejaba que el tiempo le fuese arrebatando segundos de su vida, mientras contemplaba al resto del mundo a toda velocidad. Nadie se daba cuenta de su presencia, a nadie le importaba, no era nada para nadie ya...Un paso más, una energía vivaz le comía por dentro. ¿Qué sería lo que escondía esta mochila?¿Qué secretos guardaba? Estaba eufórico por la idea de descubrir algo nuevo, esa incertidumbre voyeur por observar lo de otros. Apresó el objeto codiciado, se lo clavó directamente bajo el brazo, y salía caminando a tal velocidad que parecía imposible que se tratasen de las mismas piernas de justo unas horas antes. Llegó, lógicamente, más rápido que nunca a su humilde piso. Era un pequeño estudio en una primera planta que podía permitirse pagar gracias a las ayudas del Estado y una pequeña suma de dinero herededa de su familia. Casi ni pudo abrir la puerta por el temblor continuo de una mano que de por sí ya temblaba, sin necesidad de ningun estado alterado. Cerró con ímpetu la puerta y se dirigió sin vacilar hacia el salón donde abriría, cual cerdo en canal, al guardián del secreto. Dejó la mochila sobre la destartalada mesa, que llevaba uno de esos mandiles de plástico y con un colorido apagado por el paso del tiempo. Cuando parecía decidido a abrirlo, algo fue directamente a su sensación del miedo...¿y si la mochila se trataba de algo más siniestro?¿Y si resultaba ser una de esas bombas que ponían los terroristas? Él era viejo y le quedaban no muchos más años, sobre todo si seguía con la vida monótona e insípida que llevaba, aún así no quería abandonar la vida de forma tan brusca...y llegó la compañera duda...y no sabía qué hacer.

El vagón

Tras la última vuelta de llave, la pesada puerta se abrió sin ese característico quejido por falta de grasa. La casa estaba a oscuras, lo que resultaba mucho más que normal; de no haber sido así, se habría quedado paralizado por el susto. Todavía con el peso de la bandolera, cargada de libros, sobre su hombro izquierdo, soltó el juego de llaves sobre la encimera. A medida que avanzaba por el anguloso pasillo, iba encendiendo lámparas y luces. Llegó al salón, presionó el último interruptor en su recorrido y se dejó caer con plena confianza sobre el sillón, que resopló con indignación al recibir aquel cuerpo muerto. Al mismo tiempo, la bandolera fallecía sobre el suelo, pegada a los pies de su propietario, como si de un fiel perro se tratase. Inspiró con toda profundidad y se desinfló con la misma fuerza. Su vida estaba plagada de costumbres, rutinas, horarios, gestos marcados en una vida de días grises. Tanto al ir, ocmo al volver del trabajo, veía siempre los mismos rostros en el metro, aunque las personas que los llevasen fuesen distintas. Su mente dejaba de funcionar con el sonsoneque pesado, en la claro-oscuridad del subsuelo. Todo eran caras que confundían cansancio, tristeza, aburrimiento, desconfianza, infelicidad...Llegó a su parada, se aferró a la barra y a su mochila y se impulsó para salir del vagón. Justo él salía, justo ella entraba un par de vagones atrás. Una línea imaginaria de milisegundos conectó dos miradas que buscaban a otra persona. Morena, pelo rizado y recogido por un cintillo, jersey rojo de punto, pantalanos (al parecer) vaqueros de color oscuro, bandolera más jovial que la suya (la cual era de un aspecto mucho más formal)...el resto de figuras entraban y salían borrosas. Sólo sus ojos fueron grabados...Ahora resopla en su sillón al recordar ese intenso momento, pensando en qué pensará ella. Disfrutó así con la idea de volver a ir al trabajo (sensación borrada desde hacía ya mucho), de volver a coger esa misma línea, con la estúpida esperanza de volver a verla, con la estúpida esperanza de que sus vidas se cruzasen de nuevo, aunque sólo fuese a través de una línea imaginaria que mantuviese sus miradas unidas por milisegundos.

Desgranando secciones cerebrales (6ª parte)


Y últimamente los días pasan sin que escriba nada. Esto es un síntoma de una enfermedad autoimpuesta. Hace algunos días (no sé cuántos ya la verdad) se estuvo hablando del por qué se escribía en un blog, razones puede haber casi tantas como personas que lo escriban. Para mí era una necesidad, un algo que sale y que debe ser compartido. Si quisiese solo soltar lo que dentro de mí burbujea, escribiría un diario. La maravilla del blog es que me permite ver que otros pueden sentir lo mismo. De hecho, todos amamos, odiamos, recordamos, vivimos y morimos...todos experimentamos casos únicos en nosotros mismos y que sin embargo se repiten siglo tras siglo, ligado a una de tantas secciones cerebrales. Mi blog es mi vida. Aunnque gran parte sea ficticia, sigue siendo mi vida, y la vida de los demás. Al ver que últimamente no escribo, me dí cuenta que es porque no quiero sentir...suena raro e imposible, lo es. Pero recientemente estoy "cerrando el corazón por vacaciones" (o la mente, ya hablé de la dicotomía entre mente-corazón a la hora de hablar de sentimientos). Necesito ese tiempo de soledad completa que sólo consiguen los monjes (cuidado, no quiero ser monje!)...Cuando hay tormentas convulsas en tu cabeza, es mejor esperar a que el tiempo pase, sin añadir nada más al gran caldo de cultivo cerebral. Es como un estado de colapso o el típico "sa quedao' pillao" del ordenador cuando se sobrecarga de programas. Eso repercute en mis ganas de diseccionar lo que pasa entre las circunvoluciones cerebrales y dejo a un lado mi tan querido y necesario blog...en fin, espero que sólo sea un resfriado, y la muestra de estornudos blogueriles desaparezca pronto. Besotes a todos!

Lluvia de lágrimas


MusicPlaylist
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Terminan el café que su padre le invitó, justo en el bar de siempre, al que siempre acude por las tardes, el bar que recuerda de niña. Es el último sorbo antes de irse. Ya llegó el autobús que le trajo de vuelta a su tierra querida, la añorada. Se despiden del camarero con la confianza guardada tras muchos años. Su padre le abre la puerta con la mano libre del paraguas. Hoy es un dia lluvioso. El cielo está gris. La luz es apagada. Es la imagen grabada. Aspira todo lo que puede, recoge todo el aire que necesita antes de volver a Galicia. Las montañas sinuosas que justo tiene en frente son el paisaje que irá recorriendo junto a la costa. Las mira pensativa, saboreando algo tan precioso y característico, que les diferencia del resto de la península. En muchas partes estuvo, muchas veces se enamoró de ciudades. Pero nada comparado con aquella tierra. Sonrie a su padre. Él le da un abrazo afectivo, entiendiendo sin decirse nada lo que está experimentando. Es una despedida dura, pero no triste. Ha vuelto a ver a su familia y ahora simplemente tiene que volver. Al llegar al autobús, y tras dejar la maleta cuidadosamente colocada junto a la pared del maletero, se abraza a su padre. No se sueltan. Todo el mundo subió ya, ellos siguen bajo la lluvia y un paraguas que los protege unidos fuertemente, con lágrimas deseando salir. No necesitan decirse nada. Todos están contentos tras la pena. Ella sube poco a poco la escalera del bus. Y se dirige directamente al final del mismo. Las gotas de lluvia golpetean las ventanas laterales. El cristal del fondo recoge una continua carrera de lluvia por su superficie. Él está saludándola con la mano que tiene libre. Todo está solitario, de color gris. De fondo un coche que pasa de la gasolinera y se aposta no muy lejano al padre. Mientras puede leer una frase de "te quiero" en los labios, un hombre se baja presuroso de la puerta trasera. Ella ve la pistola. Grita enmudecida. Él se gira. Recibe dos disparos. Cae en el acto. Un rio de sangre se difumina por la carretera mientras la lluvia limpia el cuerpo inerte, mientras su hija va muriendo dentro...

Cuatro elementos: Fuego

Fuego. Mi cuerpo está ardiendo en llamaradas inextinguibles. Todo comenzó con una chispa, el simple chasquir de los dedos prendió la mecha explosiva. Un horno interno comienza a difundir su calor por el largo recorrido del cuerpo frio. Unos labios jugosos besan y muerden los mios. El incendio parece que tiene distintos focos. Mis mejillas comienzan a sonrojarse, no por pudor, hace tiempo que lo perdí. La energía se expande. Recorre electrizante un camino invisible, insensible hasta llegar a su motor. Mis latidos se aceleran. Bombea sangre y con ella escupe ráfagas de energía que me sigues regalando con tus besos. Sé que tengo el corazón a su máximo rendimiento. No lo escucho. Sólo oigo nuestras respiraciones abrazadas. La ropa molesta ya, noto que me ata, que me asfixia. Me tumbo sobre ti en una lucha amorosa ancestral. Ardes. Ardo. Somos fuego. La llama es vigorosa, rojiza, baila con el aire, al igual que nosotros. Llega a la cúspide, es vivaz, fuerte. Más tarde desaparecerá, se mantendrá agazapada y dormirá hasta el próximo chasquido de tus dedos.

Cuatro elementos: Aire

Hoy, al abrir la ventana, la brisa acarició mi mejilla. Me recreo en la, quizás empalagosa, idea de que éste mismo aire es el que, no hace mucho atrás, besó tu cuerpo. Te echo de menos. Recuerdo instantes de belleza. Una habitación cerrada, un aire cargado. Cada exhalación, cada goce, cada gota de sudor evaporada empaña aún más el cristal frío de la ventana. El cuarto, guardián de innumerables secretos, pesa al respirar...Añoro lo agradable de tu risa, el sabor de tu piel...Mi lengua recorre un país queratinizado, con una búsqueda constante. Dejo rastros sobre tu cuerpo, pistas a seguir hacia lo más deseado. Después, mi soplido se deja guiar por donde mi lengua surcó tu mar. Una oleada de frescor dejada tras mi caricia airosa eriza tu piel...fffuuuu viajo por el paisaje firme de tu rodilla...fffuuuu me deslizo por el tobogán de tu cuello...fffuuuu marco con mi aire el nexo entre tus senos y el ombligo de tu vientre...fffuuuu acaricio con mi soplido una ingle inquieta...Recuerdo abrir allí también la ventana. El aire fresco entró apresuradamente, ocupando ansioso el hueco que dejaba el aire cálido al huir. Mi piel respondía al nuevo invitado y agradecía el regalo tras la maravillosa agonía de sudor.

Cuatro elementos: Tierra

Brota barro de la roca. La tierra nos regala un baño de salud. Mis pies, cubiertos de arena, se aferran a la roca, y me sostienen en la búsqueda de más unguento. Mis manos recogen todo lo que en ellas cabe. Está frío. Cubiertas de barro, se posan en tus hombros. Con mis pulgares subo por tu cuello, dibujando una carretera de barro desde tus clavículas hasta tu mentón. Todo es muy suave, mis dedos se deslizan por ti. Cierras los ojos, cubro, con pequeños masajes, tu delicada cara. Desde el centro de tu frente, en círculo, hasta las mejillas rosadas. Tu diminuta nariz queda igualmente cubierta. Bordeo los labios que me alimentan. Vuelvo a tus femeninos hombros. Inspiras, nerviosa. Moldeo tu pecho, con barro, con mis manos y rodeo unos senos que agradecen la frescura que te regalo. Cruzo tu tronco hasta el ombligo, con la palma de mi mano bien extendida, y abrazo tu tripa. Te hago girar sobre ti, y una espalda de melocotón permanece intacta, ignorante de lo que su parte opuesta acaba de sentir. Comienzo en tu cadera, con los dedos de mi mano mirando hacia tu cuello, ya cubierto. Subo, lentamente, palmo a palmo, sin prisa. Llego a mi destino. Bajo hasta tus muslos. Hay silencio entre nosotros. Yo hablo con mis ojos y mis manos. Tú hablas con tus respiraciones. Mi niña tierra, quédate junto a mí.

Cuatro elementos: Agua

Aspiro el salitre con los ojos cerrados. Al abrirlos, se muestra ante mí una gama de azules intensos. Son dos bloques principales lo que llega a cubrir mi vista. Un cielo totalmente despejado, con ese azul monocapa, suave, liso. El segundo bloque es el azul del mar, profundo, irregular, con tintes plateados. Nadas en mitad del mismo, sin apreciar que lo que baña tu cuerpo apagó los volcanes más intensos hace millones de años. Esta reflexión me resulta paradógica: lo mismo que extinguió las inestables erupciones de la Tierra, provoca en mí una explosión cual volcán joven, fuerte, convulso. La playa nudista se encuentra desierta de una humanidad pudorosa. Me dirijo a ti. El poder de atracción del mar, o de ti (no sabría muy bien distinguir), bloquea por completo el frío gélido que sienten mis piernas. Completamente cubierto por agua, nado hacia ti. Me esperas, sonriente, manteniéndote con movimientos muy suaves. Alcanzo a hacer pie. Tú no. Te abrazas a mi cuello y las piernas desnudas se elecan hacia la horizontalidad del mar. El agua resbala por un cuerpo limpio, puro. Definitivamente hemos dejado de nadar. Nuestras cabezas se unen, a lo lejos, rompiendo el azul de contrastes, unidos fírmemente por un beso que jamás desaparecerá de nuestros labios.