Tu cuello de miel

Ya son las 9 en el bar de telas árabes, lámparas de fuego, música bossanova, pufs de cuero y mojitos refrescantes. Un sin fin de gotas brotan, como manantiales, de las paredes del cristal de mi vaso. Las gotas que comienzan a caer por éste último me sugiere la idea de jugar con ellas. Si bien es verdad que disfruto de todo lo que me ofrece este negocio de dueños casi tan jóvenes como yo, es la decadencia de tu cuello de miel lo que me recuerda el por qué estoy aquí. Mientras yo analizo con ojos pentrantes el misterio de tu piel, tu estás absorta recreándote en la pequeña discusión que mantienen dos amigos en la misma sala en la que nos encontramos nosotros. Recojo las gotas del vaso helado de mojito con mi dedo corazón. La traslado de un frio cristal inerte a la ladera incandescente de pendiente extrema que comienza justo por debajo del lóbulo de la oreja. Tú reaccionas por sorpresa con una sonrisa que me regala felicidad; luego cierro tus ojos y con ello sabes que quiero que sientas lo que te acabo de entregar. La gota es mi lengua. Ésta va recorriendo cada poro de tu dulce piel, tú vas siguiendo el camino con especial interés y la sonrisa de complicidad se torna más erótica. Tu cuello semigirado es exultante, infernal. De algún modo mágico, la gota no se convierte en vapor y sigue bajando, a pesar de lo ardiente de tu cuerpo ahora. El resto del bar resulta indiferente a nuestro juego amoroso: el camarero sigue sirviendo, aquel hombre está pensando de manera dañina con un whisky en la mano derecha y un cigarro en la otra (que sujeta una cabeza pesada), aquellos jóvenes que comienzan a tontear y sonreirse con especial nerviosismo, unos amigos que hacía tiempo que no se veían no paran de reirse y golpetearse la espalda unos a otros (como para reforzar una fraternidad que se mantiene a pesar de la distancia)... La gota rompió su forma esférica perfecta para ser más bien la continuidad de muchas partículas acuosas que generan un haz. Ya ha atrevesado la zona media del esternocleidomastoideo (qué palabra más fea para una zona tan cargada de pasión), es entonces cuando tu boca se entreabre y de ella surge una palabra invisible, un sentimiento hecho aire, que apresuradamente quiero rescatar...y llega a tu clavícula, marcada, única, el fin. Mi mano derecha acaricia tu cara, que la acepta aún con los ojos cerrados. Mis labios buscan ahora los tuyos, con suavidad, así voy guardando dentro de mí aquello que hiciste aire. Con mi dedo índice de la mano izquierda, mientras sigo besándote, voy recorriendo lentamente el camino marcado por la gota de agua: el mismo camino que más tarde, a solas y desnudos, recorreré con mis labios, con mi lengua, con pasión.