Con-fusión

Quisiera poder no pensar tanto, pero no puedo evitarlo. Quisiera poder salir ileso de lo que se me viene encima; pero cómo puedo hacerlo si no tengo ni la más mínima idea de lo que vendrá después. Ando a gatas en una oscuridad que me asusta.

En mi tormenta de pensamientos sin sentido, encuentro pesquisas de deseos innegables. Hoy mi cuerpo quisiera ser el libro escrito en braile que leas con tus dedos. Anhelo tu olor, tu esencia. ¿Qué siento? Hace mucho tiempo que dejé de sentir lo que es amar de verdad. Por supuesto he querido a todas las mujeres que pasaron por mi vida, con las que compartí casa, cama, noche o cena. Pero no he vuelto a sentir lo mismo desde la primera vez. A veces creo que estoy oxidado en sentimientos. Luego desecho la idea por improbable (porque todavía lloro por tonterías). ¿Ya no sé amar? ¿Es posible que el engaño del primer amor me haga pensar que el amor es engaño, y por eso no soy capaz de entregarme?


Tan sólo quiero que me seas sincera, que te abras a mí sin que te dé miedo. Pero cómo puedo pedirte eso si ni siquiera yo me puedo escuchar a mí mismo.


¿En qué momento me clavaste el aguijón venenoso? ¿En qué momento me sentí preso de ti, sin tener por qué? Es posible que sea tu cuerpo el que me llama con voz de sirena (no lo dudaría), pero si sólo quiero estar a tu lado, ¿qué tiene que ver tu cuerpo con todo esto?


Todos son enigmas, que intento descubrir con un esfuerzo futil a través de más preguntas, más incógnitas que se suman a la ecuación. Debo simplificar, pero no sé hacerlo.


Sólo quiero estar a tu lado. Hablarte. Desnudarte. Acariciarte. Dormir abrazado a ti como si fuese la última noche. En esta confusión constante, la única verdad es que mi cuerpo pide estar fusionado al tuyo. Y a pesar de todo, no sé lo que siento.

Campo de cenizas




MusicPlaylist



En el alba, el campo de batalla se había convertido ya en pura ceniza, cementerio de cuerpos mutilados. Los pocos supervivientes a tan sangrienta contienda parecían vivir a cámara lenta, sin percatarse de todo lo que había pasado, sin darse cuenta de quiénes habían caido. Ya no oían los quejidos agonizantes de los que se debatían entre la vida y la muerte, de los que luchaban desesperada e inúltimente por permanecer en esta vida, que ya no tenía nada más que ofrecerles. El cielo seguía brillando con un color azul puro, pero la tierra ahora estaba teñida de rojo y una neblina grisácea emanaba del suelo, mostrando lo inerte que se había vuelto la zona de repente.

Los ojos de los caballeros "no-tan-victorosos-como-pensaban" escudriñaban el paisaje infernal, con tal agotamiento, que no sentían alegría ni dolor, nada, no sentían nada. Quizás ya hubiesen perdido todas sus emociones en el fragor de la batalla. ¿Qué importa ahora? El último caballero arrodillado, alza una de sus piernas y la utiliza como palanca corporal para erguirse. La espada le pesa demasiado como para poder levantarla. La arrastra, va dejando una línea serpenteante que evita los hombres que yacen inertes. Lo ve. Está postrado contra uno de los pocos árboles que se mantienen en pie. Su mirada está perdida. Presenta una herida cuya gravedad es patente por el manantial bermellón que brota entre su mano, la cual parece que intenta sujetar unas vísceras que inexorablemente afloran del cuerpo atravesado.


El tiempo pasa lento, la respipración es pausada, recuperando toda la energía perdida para un último movimiento. Los pies van arrastrando. Los caballeros quedan uno delante del otro, uno erguido, el otro semitumbado. Sólo están ellos en el cuadro. Se miran, entienden la situación. El hombre mayor se percata de que, quien fue su discípulo, acabará con su vida. Alza una mano sucia y manchada de sangre. Suplica. Pero no por piedad, no por prolongar el sufrimiento. El discípulo, respira hondo. Alza su espada con dos brazos que piden terminar. Un silencio, una sonrisa cómplice. El veterano cierra los ojos. El discípulo grita y blande su espada.


Las siluetas de los hombres lo dicen todo. Uno muestra una espada atravesada, muerto. El otro está arrodillado junto a él. No para de llorar. Las lágrimas recorren una cara sucia inexpresiva aún en su sufrimiento. Él también está muerto, muerto en vida. El viento de tierras lejanas acaricia la cara, entregándole el perdón. Pero él no lo puede escuchar, no lo quiere aceptar. Las llamas de fuegos aislados se extiguen. La lluvia comienza a limpiar.