El libro

Lee el libro que ella le regaló. Hasta esta semana había estado guardado, avergonzado de sí mismo, en el fondo del fondo de un cajón desterrado. Tenía miedo de abrirlo. El hecho de que los recuerdos escapasen en fieras volteretas, como lo hicieron todos los males de la caja de Pandora, al abrir la tapa del mismo le producía tal pavor que no pudo más que dejarlo en el olvido. Pero se hizo fuerte...el tiempo pasó. Le dio una oportunidad, no por abrir viejas heridas ni otorgar el beneficio de la duda. Fue algo mucho más práctico. No tenía el tiempo para acercarse a la biblioteca (o las ganas), ni el dinero para comprarse uno nuevo. En su camino al trabajo necesitaba distraerse con una productiva afición a la lectura. Recordó el único libro de su casa no leido, y lo guardó en su mochila para el día siguiente.
El primer momento, sentado en el vagón, fue mucho más que intenso. Eran el libro y él, los dos solos en implacable lucha. Lo abrió, y comenzó a leer...había dejado durante mucho tiempo ese libro oculto y resultó ser el más fascinante de todos los libros leidos. Dejarlo al llegar a su parada fue como tener que devolver un caramelo cuando eres un niño. A la vuelta del trabajo, no pensaba en llegar a casa, sólo en seguir leyendo. Y fue curiosa la transformación. Antes leía para suavizar el viaje, ahora viajaba para poder leer. Se montaba en O'Donnelly de ahí hacia ninguna parada, sólo dar vueltas bajo los suelos de una capital ajena al descubrimiento más feliz de un hombre: un hermoso y generoso caramelo hecho de papel y tinta.