Paradógicamente bueno (Capítulo 2)

El viejo ahora miraba con los ojos desencajados el tesoro robado. Toda la energía que había precedido en el acto semidelictivo se había convertido de repente en puro pavor. Empezó a sudar y ya no sabía qué hacer con ella. Se armó de valor y decidió, no sin mucho cuidado, volver a sostenerla, para comprobar el peso de la misma. Este acto tampoco le resolvió nada, porque ,la verdad, no sabía cuánto pesaba una bomba. A pesar de todo, pudo comprobar que era un peso considerable...antes no se había dado cuenta del mismo, sólo pensaba en llegar cuanto antes a su guarida. Volvió a dejarla encima de la mesa, con tal mesura que parecía que nunca llegarían a coincidir la superficie algo rasposa de la mochila con la lisa del mandil. Finalmente posó el objeto y se echó las manos a la cabeza. Después las manos bajaron a las caderas, y la mirada seguía siendo desencajada. "¿Y ahora qué hago?", masculló tembloroso en voz alta. Parece ilógico que cuando somos jóvenes y nos queda todo por vivir tengamos tan poco respeto a la vida y nos volvamos tan temerarios, mientras que conforme avanzamos en la edad y ya nos queda poco por esprimir de esta vida, tengamos tanto miedo a todo y vayamos con tantísimo cuidado para que no nos pase nada. Por supuesto tiene su motivo, en cualquier caso no nos compete estudiar aquí el tema, sobre todo teniendo en cuenta que el viejo sigue deshidratándose en sudor. Haciendo honor a la edad correspondiente, le pudo el respeto a la vida, por no decir "le pudo el miedo a morir". La prudencia hizo su aparición estelar. Se sintió confortable al haber encontrado una solución a tan peliguada situación. "Es mejor no arriesgarse y llevarlo directamente a la policía", sentenció reafirmándose con un movimiento cervical que denotaba un sí repetitivo. Lo realmente correcto, en cualquier caso, hubiese sido llamar a la policía para que ésta se personase...si es que realmente la mochila albergaba una bomba...Agarró la mochila por el asa, con el brazo extendido, alejándolo lo más posible de su cuerpo (¿de verdad pensaba que la distancia de su brazo era suficiente para librarle de la posible explosión?). Abrio la puerta y con una postura caricaturesca se dirigió a la comisaría más cercana.

Paradógicamente bueno (Capítulo 1)

Hacía más de media hora que la mochila de color negro yacía sobre el suelo junto a la pared. La estación estaba desierta. El viejo la miraba pensativo durante un instante en su soledad y rápidamente revisaba el resto de la estación por si se percataba de alguien más en ella, por si alguien más le estaba mirando o era el propietario de la mochila. Tras repetir la acción unas seis veces, soltó el diario gratuito que había recogido nada más entrar y decidió hacerse de dicha mochila. Con cada paso tembloroso de unas piernas ya débiles desde hacía años, sentía cómo una emoción le embargaba. Todos los días, desde la muerte de la que fue su pareja, pero nunca su amante, iba a la estación. Dejaba que el tiempo le fuese arrebatando segundos de su vida, mientras contemplaba al resto del mundo a toda velocidad. Nadie se daba cuenta de su presencia, a nadie le importaba, no era nada para nadie ya...Un paso más, una energía vivaz le comía por dentro. ¿Qué sería lo que escondía esta mochila?¿Qué secretos guardaba? Estaba eufórico por la idea de descubrir algo nuevo, esa incertidumbre voyeur por observar lo de otros. Apresó el objeto codiciado, se lo clavó directamente bajo el brazo, y salía caminando a tal velocidad que parecía imposible que se tratasen de las mismas piernas de justo unas horas antes. Llegó, lógicamente, más rápido que nunca a su humilde piso. Era un pequeño estudio en una primera planta que podía permitirse pagar gracias a las ayudas del Estado y una pequeña suma de dinero herededa de su familia. Casi ni pudo abrir la puerta por el temblor continuo de una mano que de por sí ya temblaba, sin necesidad de ningun estado alterado. Cerró con ímpetu la puerta y se dirigió sin vacilar hacia el salón donde abriría, cual cerdo en canal, al guardián del secreto. Dejó la mochila sobre la destartalada mesa, que llevaba uno de esos mandiles de plástico y con un colorido apagado por el paso del tiempo. Cuando parecía decidido a abrirlo, algo fue directamente a su sensación del miedo...¿y si la mochila se trataba de algo más siniestro?¿Y si resultaba ser una de esas bombas que ponían los terroristas? Él era viejo y le quedaban no muchos más años, sobre todo si seguía con la vida monótona e insípida que llevaba, aún así no quería abandonar la vida de forma tan brusca...y llegó la compañera duda...y no sabía qué hacer.