Lluvia de lágrimas


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Terminan el café que su padre le invitó, justo en el bar de siempre, al que siempre acude por las tardes, el bar que recuerda de niña. Es el último sorbo antes de irse. Ya llegó el autobús que le trajo de vuelta a su tierra querida, la añorada. Se despiden del camarero con la confianza guardada tras muchos años. Su padre le abre la puerta con la mano libre del paraguas. Hoy es un dia lluvioso. El cielo está gris. La luz es apagada. Es la imagen grabada. Aspira todo lo que puede, recoge todo el aire que necesita antes de volver a Galicia. Las montañas sinuosas que justo tiene en frente son el paisaje que irá recorriendo junto a la costa. Las mira pensativa, saboreando algo tan precioso y característico, que les diferencia del resto de la península. En muchas partes estuvo, muchas veces se enamoró de ciudades. Pero nada comparado con aquella tierra. Sonrie a su padre. Él le da un abrazo afectivo, entiendiendo sin decirse nada lo que está experimentando. Es una despedida dura, pero no triste. Ha vuelto a ver a su familia y ahora simplemente tiene que volver. Al llegar al autobús, y tras dejar la maleta cuidadosamente colocada junto a la pared del maletero, se abraza a su padre. No se sueltan. Todo el mundo subió ya, ellos siguen bajo la lluvia y un paraguas que los protege unidos fuertemente, con lágrimas deseando salir. No necesitan decirse nada. Todos están contentos tras la pena. Ella sube poco a poco la escalera del bus. Y se dirige directamente al final del mismo. Las gotas de lluvia golpetean las ventanas laterales. El cristal del fondo recoge una continua carrera de lluvia por su superficie. Él está saludándola con la mano que tiene libre. Todo está solitario, de color gris. De fondo un coche que pasa de la gasolinera y se aposta no muy lejano al padre. Mientras puede leer una frase de "te quiero" en los labios, un hombre se baja presuroso de la puerta trasera. Ella ve la pistola. Grita enmudecida. Él se gira. Recibe dos disparos. Cae en el acto. Un rio de sangre se difumina por la carretera mientras la lluvia limpia el cuerpo inerte, mientras su hija va muriendo dentro...

Cuatro elementos: Fuego

Fuego. Mi cuerpo está ardiendo en llamaradas inextinguibles. Todo comenzó con una chispa, el simple chasquir de los dedos prendió la mecha explosiva. Un horno interno comienza a difundir su calor por el largo recorrido del cuerpo frio. Unos labios jugosos besan y muerden los mios. El incendio parece que tiene distintos focos. Mis mejillas comienzan a sonrojarse, no por pudor, hace tiempo que lo perdí. La energía se expande. Recorre electrizante un camino invisible, insensible hasta llegar a su motor. Mis latidos se aceleran. Bombea sangre y con ella escupe ráfagas de energía que me sigues regalando con tus besos. Sé que tengo el corazón a su máximo rendimiento. No lo escucho. Sólo oigo nuestras respiraciones abrazadas. La ropa molesta ya, noto que me ata, que me asfixia. Me tumbo sobre ti en una lucha amorosa ancestral. Ardes. Ardo. Somos fuego. La llama es vigorosa, rojiza, baila con el aire, al igual que nosotros. Llega a la cúspide, es vivaz, fuerte. Más tarde desaparecerá, se mantendrá agazapada y dormirá hasta el próximo chasquido de tus dedos.