Cuatro elementos: Agua

Aspiro el salitre con los ojos cerrados. Al abrirlos, se muestra ante mí una gama de azules intensos. Son dos bloques principales lo que llega a cubrir mi vista. Un cielo totalmente despejado, con ese azul monocapa, suave, liso. El segundo bloque es el azul del mar, profundo, irregular, con tintes plateados. Nadas en mitad del mismo, sin apreciar que lo que baña tu cuerpo apagó los volcanes más intensos hace millones de años. Esta reflexión me resulta paradógica: lo mismo que extinguió las inestables erupciones de la Tierra, provoca en mí una explosión cual volcán joven, fuerte, convulso. La playa nudista se encuentra desierta de una humanidad pudorosa. Me dirijo a ti. El poder de atracción del mar, o de ti (no sabría muy bien distinguir), bloquea por completo el frío gélido que sienten mis piernas. Completamente cubierto por agua, nado hacia ti. Me esperas, sonriente, manteniéndote con movimientos muy suaves. Alcanzo a hacer pie. Tú no. Te abrazas a mi cuello y las piernas desnudas se elecan hacia la horizontalidad del mar. El agua resbala por un cuerpo limpio, puro. Definitivamente hemos dejado de nadar. Nuestras cabezas se unen, a lo lejos, rompiendo el azul de contrastes, unidos fírmemente por un beso que jamás desaparecerá de nuestros labios.