Tarde de café y jazz

El café estaba en el punto concreto de gente que resultaba agradable para el cliente, pero escaso para el propietario. Fue sin más, por ir, para pensar, para dedicarse una tarde para sí solo. Se quería regalar un café, un poco de música. Nunca antes lo había hecho, incluso le parecía extraño que las personas saliesen a tomar algo solas. Pero esta vez se decidió. Mirando absorto a la pantalla de luz blanquecina que le ofrecía su portátil, se dijo así mismo: "Ale, venga, date un poco de vida y sal a tomar algo".

El café, traído directamente de Brasil, conservaba un aroma fuerte, natural, tostado, que le regalaba cierto gusto amargo, y que en lugar de molestarle le confería una inquientante alegría. Conforme se iba acabando, la bebida caliente dejaba un dibujo subrealista en las paredes de la taza, y todo a base de una espuma residual que en seguida se secaba en el blanco de la porcelana. Jugaba a descifrar figuras en ella y a retirarla con la cuchara. Le gustaba sentir el peso de la taza llena sobre su dedo índice cuando la alzaba para dar un sorbo. Un sorbo que era pausado, suave y sin necesidad, simplemente deleite de la esencia. Por unos segundos sus labios adquirían el papel de receptor del sabor de Sudamérica, y mientras tanto pensaba en las lozanas mujeres que debían pasear por las playas del caluroso país, o aquéllas que deberían estar recogiendo el café. Cuerpos esbeltos, fuertes, bellos y tostados; iguales que el café.


Como ruido de fondo en sus pensamientos estaba el pequeño ronroneo de esa insuficiente clientela de la cafetería. Pero ésta prácticamente pasaba desapercibida porque, desde unos altavoces que no podía localizar, sonaba "But Not For Me" de Chet Baker. Entonces sus neuronas se agruparon de dos en dos y comenzaron a bailar la dulce melodía que de esa dulce voz de jazz salía. Dejaron de trabajar y se miraban entrelazadas, como debía ser, meciéndose por todo el cerebro. La cara de felicidad era ahora patente. En el fondo del café colgaba un cuadro de una mujer en blanco y negro, con los labios marcadamente en rojo, estaba tumbada boca arriba y con la cabeza mirando hacia el frente de la tela. Trayéndolo de vuelta al café y apartando su embobada cara de la pintura, con un suave giro de la cabeza ayudado por una melodiosa mano, Helen Humes y su "I Sing The Blues" empezó a enseñarle una de las lecciones que jamás volvería a olvidar: "No podrás evitar volver a una tarde de placer a través de una taza de café acompañado por un sinfín de discos de jazz"

1 comentario:

Cachito dijo...

...café..jass....totalmente de acuerdo..no puede existir mejor modo de disfrutar de la vida una tarde cualquiera de una vida cualquiera.