Como muy bien redacta Eduardo Punset en su "Viaje a la felicidad", su perro muestra efusivamente su alegría cuando sabe que inminentemente va a tener un plato de comida, que su mayor deseo está a punto de cumplirse; pero, de repente, una vez comienza a paladear (si es que la voracidad se lo permite), se trankiliza, ya no mueve su cola, ni da saltos...ya lo consiguió.
Somos una bolsa enorme de deseos, de todo tipo, algunos menos confesables que otros. "Deseo con todo mi alma...", "deseo con todo mi corazón..." y es que el deseo no es material, no es palatable, ni se puede tocar, ni se puede ver o leer, tampoco se puede oler ni oir, el deseo escapa a nuestros sentidos y no lo saciaremos con los nuestros.

Realmente es una paranoia esto que acabo de escribir, que ni yo mismo me creo. Pero si tenemos que hacer frente a una insacible y continua explosión de deseos, pues mejor llevarlo con filosofía y saber que aún consiguiéndolos, no voy alcanzar la felicidad; que tenemos que buscar otros métodos más sencillos para llegar al mismo puerto. Que la felicidad no está en conseguir, si no en ser.