
Tras un largo periodo de magreos de cortesía, y el consecuente sufrimiento a que se someten dichos reos del amor por no poder avanzar más en su juego sexual, se levantan, se preparan las alborotadas ropas y se despiden.
Cada uno coge un camino distinto, sus casas están diametralmente opuestas y ya llegan lo suficientemente tarde. En sus respectivas soledades, cada uno urde una verde esperanza diferente. Ella suspira por ese chico de cuarto "taaaaaaan guapo, jo, ¡qué fuerte!". Él se recrea en los apetecibles pechos de "la chica que está más buena de todo el insti". Los frondosos árboles se mecen bailando al unísono con los jóvenes.
Y desde un banco resguardado de curiosas miradas, un viejecito piensa para sí: "¡Pero qué verdes están!"