Dicen que tengo una pasión fetiche por los cuellos. Posiblemente sea cierto. No dejo de pensar en el tuyo. Me gusta estar tomándome este té contigo. Lucho pasionalmente en este juego de miradas furtivas, que se dicen mucho más de lo que lo hacen nuestras bocas. Me fijo sin dudarlo en mi deseo. El tirante de tu top, cae, sin más. Es curioso. Simplemente ha pasado de pasarpor tu clavícula a descender hacia el brazo. La piel descubierta es ínfima y en un balance general, el porcentaje no ha cambiado en realidad, pero para mí apareces desnuda. Es la fotografía perfecta, el deseo de un top porque lo arrebetan de su dueña. El mundo de las casualidades se convierte entonces en el mundo de las causalidades, y tu inoportuno descuido supone la causa de mi fuego interior, mi sentido de vida, mi impulso hacia lo animal más humano. Es perfecto el recuadro que enmarcan mis ojos. Absorbo la belleza. Nada cambia en el mundo, salvo mi estado. Maravillosa creación, mágico enfoque. Me empeño por no aparentar nada. Es lo marcado. El sorbo de mi taza no es sed, es disimulo.
Entonces acaricias tu cuello. ¿Lo haces por un juego sexual del cual no eres consciente o simplemente te relajas? Da igual, a mí me lleva hasta un punto dolorosamente exquisito. Con tranquilidad te subes el tirante, lo colocas en el lugar justo de donde partió, vuelves a hacer preso a tu cuerpo. Tras el leve barrote de tela, se esconde el universo en forma de piel, y yo lo he visto.