Kharim no podía creer que la prematura muerte de su padre, el rey Duhalim, le convertiría a él, jefe de Estado con tan sólo 15 años. Idolatraba a su padre. Fue un gran líder, llevó a su pueblo a alcanzar cotas de bienestar impensables para la época, donde la igualdad, empezando por ellos mismos, era una máxima. Fatima, la madre de Kharim, no podía asumir ni el cargo de reina y el de regente, puesto que se hayaba postrada en cama en la fase terminal de una extraña enfermedad. El joven príncipe, e inmediato rey, debía aprehender cómo dirigir una nación sin haber tenido tiempo si quiera de asimilar el fallecimiento de su padre. Cuando le dieron la fatídica noticia, junto con el programa al cual debería llegar lo suficientemente preparado, Kharim explotó de pavor y no pudo más que salir corriendo, gritando a corazón abierto su incapacidad para ser rey. Llorando en los Jardines Reales fue donde Foued, su gran consejero y amigo, lo encontró.
- Sólo soy un niño príncipe, Foued, no puedo llegar a ser el rey que fue mi padre - le confesó Kharim entre sollozos.
- ¿Sabe, majestad, cómo consigue el hombre que el burro suba la montaña?...la bestia, por sí misma, sólo ve la montaña y se niega a poder alcanzar dicha altitud, ¡porque no es capaz! Es por eso que siempre lleva las anteojeras, así sólo mira al suelo y consigue, paso a paso, alcanzar la cima más alta que se le presente - le respondió Foued.